Los valores morales como el amor, el respeto, la honestidad, la responsabilidad, la gratitud y la bondad, son inculcados desde temprana edad por nuestros padres y otras figuras de autoridad; logrando así que desde pequeños podamos diferenciar entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.
El amor es por excelencia el valor que más beneficio implícito puede generar, pues al ejercitarlo nos obligamos a pensar en el otro, depende de la relación con otros; se expande su impacto.
También es verdad que estos valores familiares son influenciados por la religión y otros elementos culturales y sociales en diferentes momentos históricos, por lo que es necesario reflexionar con una perspectiva más sistémica e incluyente.
Los acontecimientos mundiales que han dado paso a libertades donde antes había opresión social, la evolución científica y tecnológica, el impacto al medio ambiente, entre otros, nos obligan a flexibilizar nuestros paradigmas y buscar una armonía más equilibrada en todo el universo.
Más allá del cambio en los valores, creo que se hace evidente la necesidad de ejercitarlos con mayor consciencia y frecuencia para asegurar un mejor entendimiento de las nuevas dinámicas en nuestra sociedad.
A veces escuchamos que las nuevas generaciones tienen diferentes valores a las generaciones anteriores; el valor existe si se promueve, pero también es cierto que la complejidad es diferente y las perspectivas han cambiado. Esas perspectivas con múltiples lentes deben inspirarnos en vez de preocuparnos.
Elegir cómo queremos vivir y compartir espacios con quienes nos rodean terminará por definir la importancia de nuestros valores familiares en la sociedad.