Es una realidad que la actual crisis derivada por la pandemia del virus SARS-CoV-2 ha tenido serias afectaciones en nuestra economía. Y no es para menos. Después de las irreparables pérdidas humanas, el sector empresarial la ha tenido cuesta arriba. El panorama no mejora y las adversidades sorteadas han resultado dolorosas y costosas.
De acuerdo con el último reporte[1] de Perspectivas Económicas del CIEN (Centro de Investigación en Economía y Negocios, de la Escuela de Negocios del Tec de Monterrey) publicado esta semana, las grandes empresas han enfrentado retos en materia financiera, aunque la situación para las micro, pequeñas y medianas empresas ha sido aún más complicada. Solo en el 2019 existían en nuestro país 4 millones 857 mil 7 MIPYMES. Para 2020, el número de establecimientos presentó una contracción de 8.1%, lo que significó la desaparición de 391 mil 414 empresas.
Las empresas familiares pequeñas y medianas existen por su capacidad de responder con rapidez y paciencia a las necesidades del mercado, por su visión de largo plazo y por el orgullo de ser fuente de bienestar para miles de familias. Hoy más que nunca se hace notar la resiliencia con la que se define a las empresas familiares competentes; de ellas podemos aprender que en tiempos como los que estamos viviendo, la toma de decisiones debe obedecer a ciertos principios morales y al pleno entendimiento del patrimonio y la sustentabilidad financiera.
Si bien la recuperación económica para este 2021 es preocupante, las oportunidades para avanzar en este entorno de incertidumbre tendrán que aprovecharse con determinación y acierto; la gran apuesta para las empresas familiares debe estar en el desarrollo de sus capacidades para responder de manera efectiva, eficiente y ágil a esas oportunidades.
Referencias:
[1]https://issuu.com/cien.itesm/docs/303._el_impacto_de_la_crisis_en_las_micro_peque_as