En el año 180 de nuestra era, en el Imperio romano existía un carismático general de origen hispano que comandaba las tropas en la expansión hacia el norte de Europa. Se llamaba Maximus Decimus Meridius, y fue tal su valía, que el césar Marcus Aurelius lo identificó como su próximo sucesor para liderar el futuro de Roma.
Pero el emperador tenía un sobrino adoptivo, Commodus, quien quería ser el césar y concentrar todo el poder para sí. Al enterarse de los planes de sucesión de su tío, tramó un complot, asesinándolo e inculpando al general Maximus.
Al verse envuelto en la trampa sin poder defenderse, Maximus fue desterrado, su familia asesinada y sus pertenencias confiscadas. En el norte de África comenzó una carrera como gladiador de las «ligas menores», tratando de buscar su venganza y su libertad, ya que todos los gladiadores eran considerados esclavos de Roma, salvo que triunfasen en las arenas de la capital del imperio, donde serían liberados.
Poco a poco, Maximus fue ascendiendo en el escalafón y, gracias a su capacidad como guerrero, llegó al escenario donde se enfrentaban los grandes de las luchas: el Coliseo romano. Para ese entonces, Commodus era el césar y estaba dirigiendo las festividades para el pueblo, cuyo momento de mayor plenitud eran las batallas de gladiadores, donde el emperador tenía el poder de decidir sobre la vida de estos, en función del desempeño que hubieran tenido en la arena.
Fue así como Maximus, de incógnito, con el rostro cubierto por una máscara, terminó derrotando a todos sus oponentes en la arena del Coliseo. Cuando Commodus le pidió que se descubriese para premiarlo, lo reconoció de inmediato. Nervioso por lo que Máximo pudiese hacer o decir, trató de dar la orden a sus guardias para exterminarlo, pero el pueblo, que presenció la forma en que el ex general había ganado la lucha, exigió al césar que lo dejase vivir. Asustado y viendo cómo todo el recinto clamaba por su héroe, lo liberó.
Gracias a que el público reconoció en él a una persona digna que demostró su valor en combate, el gladiador recuperó su libertad y pudo seguir adelante en la recuperación de su arrebatada dignidad.
Esta historia ficticia, basada en la película “Gladiator” del año 2000, dirigida por Ridley Scott, ilustra dos de los conceptos más importantes que el derecho romano nos ha heredado, y que explica cómo se soporta el gobierno a través de la organización y la administración de nuestra sociedad: el poder y la autoridad.
En la narración, Commodus detenta el poder o potestas, que es la capacidad legal para administrar la toma de decisiones. Por otro lado, Maximus se ha ganado la autoridad o auctoritas, es decir, la legitimación social para emitir opiniones, convirtiéndose en lo que hoy en día conocemos como un influencer.
Si bien solemos utilizar ambos términos indiferentemente, no son lo mismo, especialmente en el contexto de una empresa familiar. El poder se puede obtener por decreto al transferirse las responsabilidades a otra persona, o al ocupar un cargo con la capacidad de administrarlo. Las leyes regulan el poder; su aplicación viaja a través de las normas, sean explícitas o no.
Por el contrario, la autoridad no se puede transferir o decretar, se tiene que ganar. Y quien la otorga es, en el caso de la historia de Maximus, el pueblo romano, pero en una empresa familiar, la autoridad la otorgan las personas que conforman el sistema (empleados, jefes, subalternos, clientes o proveedores). La autoridad, sin ser decretada, vive en el espíritu del colectivo.
¿Cuál es el más importante de los dos? ¿Qué nos conviene más tener, poder o autoridad? Creo que la persona que mejor puede responder a estas preguntas es Commodus, el césar abatido por la actitud de un gladiador.
Tener autoridad, efectivamente, es lo más difícil. Sin embargo, para que un liderazgo ejerza efectivamente el gobierno en una organización debe contar con ambos elementos. La ausencia de uno de ellos le impedirá cumplir las funciones que garanticen el orden, la estabilidad, el control y la seguridad del todo el sistema.
La incorporación de las siguientes generaciones debería seguir un plan alineado con el sueño compartido de la familia propietaria y el propósito de la empresa, tanto si estamos apostando a que se desarrollen profesionalmente dentro de la compañía «desde abajo», como si les exigimos estudios y experiencia previa antes de entrar en la empresa familiar. Ambos esquemas, en mi experiencia, son válidos. Pero en lo que debemos procurar la mayor atención, es en que tengan auctoritas y no entren simplemente por ser «hijos de papá y mamá». Nos lo jugamos todo con la transición de la autoridad.
La clave está en la estructura de gobierno. Si se tienen órganos verdaderamente funcionales y reglas claras para los miembros de la familia propietaria que deseen acceder a algún cargo, se podrán obtener recorridos de experiencia que acrediten la validez de los sucesores, disminuyendo sensiblemente las probabilidades estadísticas de que falle la transmisión del liderazgo, administrando de forma consciente y planificada el traspaso del poder y la autoridad a las siguientes generaciones.
Lee el artículo en la Revista LEGADO edición abril 2023
SOBRE EL AUTOR
Guillermo Salazar es Managing Partner de Exaudi Family Business Consulting.
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