“Trata a un ser humano como es, y seguirá siendo lo que es, pero trátalo como puede ser y se convertirá en lo que está llamado a ser.” Johann Wolfgang von Goethe
En términos amplios, no es novedad que se hable del empoderamiento de las mujeres: “Es indispensable que las mujeres tengan voz y voto en todos los ámbitos […] para poder influir en las decisiones que determinarán el futuro de sus familias y su país” (Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres, 2016).
Pero ¿qué sucede con ella misma? ¿Qué piensa? Es decir, ¿qué pasa dentro de su familia empresaria, ¿asume el rol de dependencia que históricamente se le ha asignado, o le es viable empoderarse?
Hablar de familia en este siglo XXI necesariamente implica adentrarse en la realidad más dinámica y capaz de asumir nuevas formas, regenerándose continuamente a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, concebir a la familia desde esta perspectiva requiere grandes cambios de paradigmas y trabajo personal, ya que la tradición histórica no lo marca así.
La palabra familia tiene su origen en el latín, y está relacionada con un grupo de hombres y mujeres emparentados por caracteres de orden genético, biológico y social, que generalmente viven en un mismo lugar. Hoy nos referiremos a las particularidades de orden social.
Si partimos del hecho de reconocer que la familia es la primera fuente de socialización, cabe una pregunta: ¿qué es lo que se habla en la mesa del desayuno, comida o alrededor de la cena familiar? Si bien las afirmaciones que se hacen en estas conversaciones familiares no siempre son reglas o sentimientos explícitos, definitivamente implican pautas de comportamiento “aprobadas” o “desaprobadas”, que los miembros de la familia interiorizan desde sus primeras etapas de desarrollo.
Cada emoción que se experimenta a partir de las declaraciones que se hacen y que posteriormente se repiten a lo largo de los años en la mesa familiar, expresa no solo un modo de sentir, sino un modo de ver la vida. Es algo racional que, en la existencia de cada miembro de una familia empresaria, es el comienzo de una conciencia sobre lo que se debe o no se debe hacer o esperar de los distintos miembros de dicha familia.
“No obstante que existen tesis opuestas sobre la naturaleza social del hombre, es un hecho que cada persona cuenta con capacidades y talentos que se pueden desarrollar, complementar y fortalecer al dar y recibir apoyo, como resultado de la convivencia con los otros seres humanos que le rodean en el entorno familiar. Esta es la célula social donde, por primera vez, se experimentan y determinan los criterios más delicados de la convivencia humana” (Herrera, 2015).
Así mismo también podemos preguntarnos: ¿qué se celebra o penaliza en familia?, ¿qué se espera del rol de una mujer?
Desde el punto de vista sociológico, sabemos que este rol se ha vuelto más activo y —si se observa con cuidado— va adquiriendo presencia en la gestión empresarial. Pero ello está íntimamente relacionado con lo que se piensa del trabajo femenino en la empresa o con la medida en la que se le forma y se le prepara para ello, no solo a la mujer, sino a la familia y a la sociedad. Es esencial la preparación, la educación y la disposición.
Sabemos que —por disposiciones legales— durante mucho tiempo el trabajo de las mujeres ha sido silencioso y como consecuencia, han tenido pocas posibilidades de dirigir una empresa o emprender un negocio, pero lo que sí es cierto es que la familia prepara a un “cierto modo de ser”, como decía Aristóteles hace 2 mil 300 años.
Al respecto, Bárbara Cervantes González, empresaria y dueña de Tamarindos Frucrisa comenta: “Ante mi divorcio, experimenté una fuerza personal; a ello que se sumó la necesidad de darle lo mejor a mis hijos y una cierta ingenuidad sobre la magnitud del proyecto que traía entre manos: yo solo veía el corto plazo, tenía que resolver el ‘hoy’ y esos pasos que fui dando sin mucha planeación, me fueron moviendo a que el negocio creciera escalón por escalón. Por otra parte, desde mi abuelo, cada miembro de mi familia tuvo su propia iniciativa, seguramente esa experiencia de ver lo que se hizo en mi familia cuando yo era niña, me dio información que ni yo sabía que la tenía guardada en mi interior” (Herrera, 2015).
Con base en todo lo anterior, podemos ir concluyendo que si queremos que la mujer juegue un papel activo en la empresa de la familia, ha de formársele con esa intención, pero igualmente ella debe asumir su propia responsabilidad bebiendo de “esa fuerza personal” de la que habla Bárbara, y creando las condiciones que le permitan llevarlo a cabo; lo importante es que se involucre, saber lo que quiere, ver las opciones que tiene y hacerlo coincidir.
Recordemos que venimos de un pasado en el que no se contemplaba a la mujer en ámbitos que no fueran el del hogar, por ello la reflexión es muy seria: no podemos permitirnos descartar aptitudes y capacidades de ningún miembro de la familia solo porque es mujer, si necesitamos un perfil concreto y lo tenemos en casa ¿por qué ir a buscarlo afuera?
El cambio que esto supone es muy fuerte, porque es un movimiento del “yo” tanto del fundador, pero también de todas las personas que forman una familia empresaria incluyendo a las mujeres.
Por último, si hablamos de la participación femenina en la familia empresaria, hemos de concebirla en la totalidad de sus relaciones y capacidades, tanto en los buenos tiempos como en los no tan buenos; con los amigos y los no tan amigos; cuando fluye la vida, pero también cuando estamos enfadados con ella.
El cambio de paradigma ha de concebirse en todos y cada uno de los miembros que integran una familia empresaria, desde el conocimiento consciente, un yo responsable que desea dar oportunidades a todos sus miembros, sin perder de vista la necesidad de formarse para ello.
Herrera, M. A. (2015). Justicia en la sucesión de empresas familiares mexicanas. Ediciones y Gráficos Eón (pp 21).
María Auxiliadora Herrera es Profesora en el Depto. de Gestión y Liderazgo en Campus Monterrey.
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